La relación del
cristiano con la filosofía requiere un gran discernimiento, el punto central,
que desafía toda filosofía sin duda, es la muerte de Jesucristo en la cruz, “Porque
la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros es
poder de Dios” dice san Pablo en su carta a los Corintios. La cruz es locura
para la razón y ella no puede vaciar el misterio de amor que la cruz
representa, es aquí que se evidencia al mismo tiempo la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el
cual ambas pueden encontrarse y apoyarse en un círculo constante de mutuo
apoyo, que solo terminara en la cumbre de la contemplación inefable.
Existe pues en el
hombre la capacidad de la razón, de
levantarse para ir hacia lo infinito. «Todos los hombres desean saber» dice la
Metafísica de Aristóteles, Y la verdad es el objeto propio de este deseo, ya
que nadie puede permanecer indiferente a la verdad de su saber. Si existe el deseo del saber y el derecho
de ser respetados, existe aun antes la obligación moral de buscar la verdad y
seguirla una vez encontrada.
La verdad se
presenta al hombre inicialmente como una interrogante ¿tiene sentido la vida?
¿Hacia dónde se dirige? ¿Por qué…? Solo el anhelo de alcanzar una respuesta nos
puede impulsar a iniciar este recorrido.
Todos somos
filósofos y nadie, ni el “filósofo” ni
el hombre común, puede apartarse de las preguntas fundamentales de la vida, cada quien con las concepciones filosóficas
propias con las cuales ubica su existencia. El hombre se encuentra o
debería encontrarse siempre en un camino
de búsqueda interminable de la verdad y la verdad que Dios nos revela en Jesucristo,
no está en contraste con las verdades que se alcanzan filosofando,
reflexionando.
Desde el inicio el
anuncio cristiano tuvo que confrontarse con las corrientes filosóficas de la
época, los cristianos no podían referirse únicamente a «Moisés y los profetas»
debían apoyarse en el conocimiento natural de Dios, testimonio de esto son los
padres de la iglesia que comenzaron un diálogo fecundo con los filósofos
antiguos, abriendo el camino al anuncio y a la comprensión del Dios de
Jesucristo. Dicho encuentro del cristiano con la filosofía no fue inmediato ni
fácil, para ellos la tarea más importante era anunciar a Cristo resucitado, la
conversión y el bautismo, esto no quiere decir sin embargo que ignoraran su
deber de comprender la fe y sus motivaciones. Esto resulta claro, hoy, si se
piensa en la aportación del cristianismo que sostenía el derecho universal de
acceso a la verdad, como nos aportaba la filosofía griega, aclarando que el hecho de que la
misión evangelizadora haya encontrado en su camino primero a la filosofía
griega, no significa en modo alguno que excluya otras aportaciones, por otra parte, ignorarlas o despreciarlas provocaría una gran pérdida.
Un pionero del encuentro con la filosofía, fue san
Justino, quien afirmaba que el cristianismo es «la única filosofía segura y
provechosa» Clemente de Alejandría
llamaba al evangelio «la verdadera filosofía». En esta cristianización del
pensamiento filosófico sobre todo platónico y neoplatónico tienen una mención
especial; los Padres Capadocios, Dionisio y en particular San Agustín. La
novedad alcanzada por ellos, fue que acogieron la razón plenamente abierta a lo absoluto y en ella incorporaron
la riqueza de la revelación.
La razón pude alcanzar el sumo bien y la verdad suprema
en la persona del Verbo encarnado, Jesucristo, se confirma así una vez más la armonía del conocimiento
filosófico y la fe: la fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda
de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite como necesario lo
que la fe le presenta.
La llegada de la época moderna señala la progresiva
separación entre la fe y la razón y el empobrecimiento graduar de ambas, como
consecuencia inevitable. Los pensadores fueron del desprecio por el absoluto
hasta el desprecio por la razón.
El Eclecticismo, Historicismo, Cientifismo, Pragmatismo y
Nihilismo son sistemas y formas de pensamiento que, al no estar abiertos a las
exigencias fundamentales de la verdad, tampoco pueden ser asumidos como
filosofías aptas para la relación y explicación respecto a la fe precisamente provocando la “crisis de
sentido” que es uno de los elementos más importantes del pensamiento actual. La
fragmentación del saber hace difícil una búsqueda del sentido, la verdad y el
fundamento, y la negación del ser comporta inevitablemente la pérdida de contacto con la verdad objetiva y,
por consiguiente, con el fundamento de la dignidad humana.
El hombre actual
parece amenazado por lo que su mismo entendimiento produce esta abandonando el camino de la verdad, se
da paso a la certeza subjetiva y a la utilidad práctica
enajenadora. Es por ello
importante la llamada para que la
fe y la filosofía recuperen la unidad profunda que les hace capaces de ser coherentes.
La Iglesia, por su
parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan
cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino
para conocer verdades fundamentales sobre
la existencia del hombre. Al mismo tiempo, considera a la filosofía como
una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar
la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen.
Es innegable, algunas de las verdades están al alcance de
la razón, y otras la exceden. Sin embargo Ambos conocimientos provienen, en
último término, de Dios, por lo que entre ellos no puede haber contradicción.
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